En una ceremonia cargada de simbolismo litúrgico, emoción e historia, el Papa León XIV dio oficialmente inicio a su pontificado desde la Plaza de San Pedro, presentándose ante el mundo como “un hermano” y no como un soberano. Con voz serena pero firme, proclamó: “Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo ante ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría”.
La celebración eucarística, realizada al aire libre ante cientos de miles de fieles y cientos de delegaciones de todo el mundo, no solo fue un acto solemne de entronización, sino una poderosa declaración de intenciones del nuevo Pontífice, quien asume la dirección espiritual de la Iglesia Católica tras el fallecimiento del Papa Francisco.
La ceremonia comenzó en el altar de la Confesión, en el corazón de la Basílica de San Pedro, donde el Papa León XIV descendió hasta la tumba del apóstol Pedro junto con los patriarcas de las Iglesias Orientales. Allí, oró en silencio, incensó el Trophæum Apostolicum —el monumento venerado que marca el lugar del descanso de Pedro— y luego se dirigió en procesión al altar de la Plaza de San Pedro, mientras se entonaban las Laudes Regiae, el antiguo himno de aclamación al nuevo Pontífice.
El Evangelio fue proclamado en dos lenguas: griego y latín. Este gesto no fue meramente protocolario, sino una declaración de unidad: el Papa no solo es el líder de los católicos latinos, sino también el punto de referencia para las Iglesias católicas orientales. La liturgia misma, en su riqueza de signos, reflejó el deseo de una Iglesia que camina junta, sin olvidar ninguna de sus raíces.
En su homilía, el Papa León XIV delineó los ejes programáticos de su pontificado: humildad, comunión, sinodalidad y misión. Conmovido, recordó a su antecesor, el Papa Francisco, cuya muerte en la octava de Pascua dejó al pueblo de Dios “como ovejas sin pastor”. Sin embargo, dijo, “a la luz de la resurrección afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo”.
León XIV propuso una Iglesia que no se encierre en sí misma ni se sienta superior al mundo, sino que camine junto a todos, especialmente con los más pobres y marginados. “Una Iglesia unida, signo de comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”, expresó. En su visión pastoral, el amor cristiano no anula las diferencias culturales, sociales o religiosas, sino que las acoge y valora, como signos de la riqueza de la humanidad redimida.
En una alusión directa al mundo herido por la violencia, los conflictos económicos y la fragmentación social, lamentó la persistencia del odio y los prejuicios, así como el miedo a lo diferente. “Frente a estas heridas, la Iglesia debe ser una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad”, afirmó. Su mensaje fue también profundamente ecuménico, reconociendo a las Iglesias hermanas y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que “cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios”.
Aunque no utilizó directamente el término “sinodalidad”, el Papa León XIV dejó claro que su gobierno buscará ser compartido, escuchando al pueblo de Dios y caminando junto a todos los bautizados. En palabras muy directas dijo: “Si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe por encima de los demás”.
El nuevo Papa subrayó que la autoridad de Pedro no es dominio, sino servicio, citando la expresión que marcó su homilía: “La verdadera autoridad es la caridad de Cristo”.
En un gesto que conmovió a muchos, citó a León XIII, su predecesor de nombre y autor de la célebre encíclica Rerum Novarum, texto fundacional de la doctrina social de la Iglesia. Siguiendo su legado, León XIV abogó por una Iglesia “fundada en el amor de Dios y signo de unidad; misionera, abierta al mundo, que se deja interpelar por la historia y se convierte en fermento de concordia para la humanidad”.
Uno de los momentos más emotivos y simbólicos de la ceremonia fue la entrega del Anillo del Pescador, realizado en oro y grabado con el nombre “Leo XIV”. Fue colocado en sus manos por el cardenal Luis Antonio Tagle, pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización. Este anillo, antiguamente usado para sellar documentos papales, hoy representa el vínculo espiritual del Papa con San Pedro, el primer obispo de Roma, y su compromiso con el pueblo de Dios.
Previamente, el cardenal Dominique Mamberti le había impuesto el palio, símbolo de la autoridad metropolitana y del cuidado pastoral sobre la Iglesia universal. Esta estola de lana blanca, cruzada por seis cruces negras, recuerda que el Papa es el buen pastor que carga sobre sus hombros a las ovejas.
León XIV también sorprendió al incluir en la ceremonia elementos visuales de profunda carga simbólica. Junto al altar se colocó la imagen de la Virgen del Buen Consejo, traída desde Genazzano, adonde el Papa hizo una visita privada el día después de su elección. Además, de la fachada de la Basílica colgaba un tapiz flamenco basado en una pintura de Rafael, que representaba el diálogo entre Jesús y Pedro tras la pesca milagrosa: “Apacienta mis ovejas”.
El mensaje visual era claro: el nuevo pontificado no parte de cero, sino de la continuidad con la misión confiada a Pedro por el mismo Cristo.
Con un tono cercano y pastoral, el Papa concluyó su homilía con una invitación a caminar juntos: “Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros”. Esta frase, pronunciada en varios idiomas al final de la celebración, fue acogida con aplausos y lágrimas por muchos de los presentes, reflejo del deseo profundo de una Iglesia que sea casa y escuela de comunión.
Con esta misa de inicio, el Papa León XIV comienza un pontificado que promete ser signo de esperanza en tiempos convulsos. Su estilo pastoral, su claridad doctrinal y su llamado constante a la fraternidad marcan el rumbo de una Iglesia que no teme salir, hablar y amar. En sus palabras: “El mundo necesita amor, y esta es la hora del amor”.
Tomado de TotusNoticias.com