Reflexión del Evangelio de hoy
Dios hizo al hombre a su propia imagen
Este pasaje del Eclesiástico tiene un paralelismo con la creación que se narra en el Génesis. Está empapado de una belleza extraordinaria; es una hermosa imagen llena de ternura y pasión de Dios por el ser humano, nuestra vida es una obra de arte, llena de infinito amor.
El Señor derramó sin límites su amor, cuando creo al ser humano. Qué cierto es que en Él nos movemos, vivimos y existimos; somos su obra sublime al hacernos a su imagen y semejanza. No obstante, por la desobediencia de nuestros primeros padres, nosotros rechazamos este amor, cambiándolo por la avaricia y la soberbia de querer ser como Dios. Fuimos los autores del límite del tiempo: contado y fijo, fruto del pecado, Sin embargo, como la misericordia de Dios es infinita, nos dio autoridad sobre cuanto hay en la tierra, regalándonos muchos dones y privilegios, para que su gloria se manifieste en nosotros. Pero, ¿realmente agradecemos al Señor todos los dones que nos ha otorgado, tanto materiales como espirituales? ¿Estamos convencidos de que esto es una realidad? No somos conscientes de que su mirada amorosa está constantemente puesta en nuestros corazones, ya que, sin su gracia, seríamos incapaces de alabarle, darle gracias y ser instrumentos de su amor, para el bien de los que nos rodean. Tenemos que grabar al “rojo vivo” en nuestros corazones, las actitudes más íntimas de Jesús, para poder identificarnos con Él y ser otros “Cristos” en la tierra, en medio del mundo.
Aunque, en muchas circunstancias de la vida podamos tener la sensación de que el Señor no nos quiere o nos ha dejado solos, esto está muy lejos de la realidad, ya que, en este fragmento bíblico, nos recuerda que establece una alianza eterna, un pacto infinito, es decir, que aunque nosotros fallemos, el es fiel y constante en sus promesas. Por eso, debemos tener temor, no por considerar al Señor un tirano, sino por temer perderlo y no confiar plenamente en Él, amando al “dios” más cercano que tenemos: que es el prójimo. Y, ¿cómo podemos perder al Señor? Si no guardamos su Alianza. Sin Dios en nuestra vida, nos privamos de la esperanza futura en el encuentro con el Señor, es decir, sin él, no somos nada.
Él siente ternura por nosotros, que somos sus hijos, porque sabe que somos barro y nos perdona constantemente si nos arrepentimos de verdad, porque su amor es incondicional. ¡Qué locura, Dios mío! ¿Nos sentimos los primeros beneficiados de esta acción santificadora del Señor? ¿Qué más podemos pedirle? Debemos aprovechar este Año Jubilar, para discernir, escrutar y orar la Palabra de Dios y aplicarla a nuestro día a día.
El Señor revela los misterios del Reino a los pequeños
En este pasaje evangélico se percibe cómo el Señor ama, valora y defiende lo pequeño, lo frágil, lo que no cuenta, para anular lo que cuenta y lo identifica totalmente con el Reino de Dios.
La mirada de Jesús es muy distinta que la de los discípulos, que en muchas ocasiones también es la nuestra, los cuales creen que el Reino de Dios es sólo para la gente fuerte, madura, importante, adulta, sin embargo, llama la atención que nuestro Señor se enfada con ellos, por su brusquedad y su poco tacto y delicadeza, al no ver que la inocencia, la candidez, la transparencia, el dejarse querer y a la vez dar cariño auténtico, son las llaves para entrar y ser parte del Reino de Dios.
Los adultos hoy en día, la sociedad, e incluso la misma educación, están quitando la inocencia y el candor a los niños, que por naturaleza son inocentes, entonces, si se lo impedimos, ¿cómo podremos ser los adultos como ellos? ¿No será que tenemos que volver con sinceridad y sin doblez de corazón, nuestro pensar, ser y sentir a Jesucristo?
¿Cómo podemos ser parte de este Reino? Con la gracia de Dios, que va haciendo su obra en nuestras vidas y siendo dóciles y humildes a la acción santificadora del Espíritu Santo; experimentando el gozo de gustar y ver cuán bueno es el Señor, que es nuestro Camino, Verdad, Luz y Vida, teniendo la experiencia de un Dios Padre cercano, Amigo y familiar, que en Jesús somos sus hijos y hermanos entre nosotros. Que la luz de Cristo siga calentando, iluminando, guiando y dando sentido a nuestra vida y vocación.